Mi primera paranoia

Cuando Lestat seleccionaba a sus víctimas no lo hacía al azar, pero aquella joven le sedujo nada más verla. Ella había llegado a él huyendo de la vida distendida y superficial propia de la nobleza.

Se encontraron una noche oscura en un callejón maloliente por dónde él vagaba y ella trataba de conocer más mundos que aquel del que provenía.

- ¿Qué buscas? -Preguntó Lestat.

- Puede que nada, puede que mucho. Sólo busco. –fue la escueta respuesta de ella.

- Si me dejas guiarte te mostraré no solo lo que buscas, también lo que encontraste en el pasado y lo que encontrarás en el futuro.

Tristes palabras que sonaron seductoras en los oídos de la joven.

- Acompáñame esta noche, me siento solo.

- ¿Solo? No eres el único –dijo ella- Vivo en un mundo donde todo es ruido, pero en mi interior no hay nada, solo silencio y soledad. Por eso vago por aquí. Quiero llenar ese vacío empapándome de otras gentes ¿Qué me ofreces?

- Todo. Te ofrezco la vida eterna, donde no hay prisa, donde el tiempo no pasa. Donde conocer a mucha gente puede convertirse en tu mayor necesidad. Eres hermosa.

- Si, lo soy, pero todo es pasajero, pronto mi mirada se marchitará, mi piel se llenará de surcos y mi memoria dejará de recordar. Cuando eso suceda nadie se detendrá a hablar conmigo como lo estás haciendo tú ahora. Tratarán de olvidarme, arrinconarme como un trasto viejo que ya no sirve. Contra el tiempo nadie puede, amigo. -Y en su cara asomó una sonrisa triste.

- Acompañame –Insistió Lestat.

Fue entonces cuando se miraron fijamente y ella se dio cuenta que lo seguiría. Siempre. Por toda la eternidad si fuera necesario.

Muy poca gente es la que lo sabe y menos son los que los han visto, pero hay quién asegura que todavía hoy se les puede ver juntos. Jóvenes, hermosos, con ese rostro de haber vivido mil vidas, pero con los ojos, antes llenos de vida, carentes de expresión y el corazón bombeando una sangre que no les pertenece. Vidas robadas para alimentar otras vidas cuyo tiempo ya pasó.