La caza de brujas


23 De Febrero de 1952.



Esta mañana me he levantado sin necesidad de despertador.


Al asomarme a la ventana me ha parecido que al sol le ha pasado lo contrario que a mí, que no quería levantarse y el día prometía ser frío y gris. Últimamente todo es así, frío y gris.


Cuando bajé a la calle Bogey y Laurent llegaban.


- Hola, ¿que hay de nuevo? ¿Alguna noticia funesta que me haya perdido? – pregunté con tono irónico.


- Pues no, -respondió Laurent- pero Elia está asustado y creo que va a declarar de nuevo ante el comité. Me temo que esta vez no va a guardar silencio.


Bogey chasqueó los labios en silencio mientras se subía los cuellos del abrigo.


- No lo entiendo Laurent, de verdad que no lo entiendo. Para esto no me hice actriz. Amo el cine. Es mi pasión, mi vida, pero Hollywood ya no es una fábrica de sueños, ahora parece una fábrica de mentiras. ¿Recuerdas cuando llegamos aquí? Podíamos expresarnos con libertad, elegir las películas que quisiéramos, sin tener que mirar con lupa cada párrafo, cada palabra por si acaso se decía algo inapropiado, y ahora parece que todo esto se va a terminar, ya no hay libertad, todos estamos en el punto de mira. Yo no soñé con esto.


- Tranquilizate Kathy, verás como todo pasa –Dijo Bogey mientras encendía un cigarrillo.


- No, no quiero tranquilizarme, yo quiero hacer películas, quiero interpretar, quiero entrar en las vidas de la gente que va al cine, que me vean y que rían conmigo, que lloren conmigo. Quiero seguir haciéndoles feliz aunque sólo sea durante hora y media. No quiero tener miedo a que me acusen de algo que ni siquiera tiene que ver conmigo. No quiero terminar exiliada, no quiero levantarme un día y pensar que ya no habrá más ¡luces, cámara, aaación! Me moriría, ya lo sabes.


Mientras caminábamos Bogey seguía con su semblante taciturno y Laurent rebuscaba en el bolso creyendo que se había dejado la barra de labios en casa.


- ¿Recuerdas porqué le tienes tanto cariño a ese bolso, Laurent?


- Si, claro –me contestó- no se me olvida. Por eso le llevo conmigo.


Cuando llegamos al Capitolio ya habían llegado casi todos lo que iban a movilizarse ese día.


Unos hablarían por la radio, otros en la televisión, otros se manifestarían en la calle atestada de periodistas... pero todos íbamos a lo mismo, a defender nuestro derecho a la libertad, a defender a nuestros compañeros y su presunción de inocencia. A pedir que nadie tuviera que pensar en sus hijos ante la disyuntiva de denunciar o no denunciar. A exigir que nos dejaran seguir trabajando, porque ser actor es más que un trabajo. Es un don, es un regalo que queremos seguir disfrutando para hacer disfrutar a los demás.


El bolso de Laurent es importante para ella no solo porque lo compró con su primera paga como actriz, sino por los aplausos que recibió al finalizar el estreno de su película, por que vio los rostros encandilados de los espectadores y porque se dio cuenta que eso, precisamente, es que lo que quería seguir viendo durante toda su vida, rostros encendidos que, durante un breve espacio de tiempo, hacen del cine parte de ellos mismos. Por eso lo llevaba hoy, para no olvidar que el cine pagó ese bolso, pero que ganó algo más que dinero, ganó el amor por el séptimo arte, un amor verdadero e incondicional.



(Albanta 38)




Un día cualquiera

Es curioso ver cómo un día cualquiera puede terminar siendo una fecha importante en el calendario. Cómo un día cualquiera puede abrirse un agujero en el corazón y dejar un vacío que ya nada, ni nadie podrá llenar jamás.

Cuando me levanté aquella mañana no sospechaba que ese 21 de febrero iba a cambiar mi vida radicalmente.

Aquel día no presentaba más novedad que una revisión dental ya que estaba disfrutando de mis merecidas y retrasadas vacaciones. Como la cita estaba programada para última hora de la mañana decidí que el resto del día lo iba a pasar sin hacer nada, no quería planes, ni llamadas urgentes de la oficina, esas llamadas que te hacen pensar que si tú no estás el mundo no gira.

Mi marido me acompañó y a la salida nos fuimos a un restaurante a comer. Todo estaba tranquilo cuando mi móvil comenzó a sonar. Con un gesto de fastidio rebusqué en el bolso y al ver que era mi hermana quien llamaba me extrañé.

- Sí, dime Marta.

- Oye, mira que han llevado a papá a urgencias, que se encuentra mal del estómago y quiero ir. No estarás por aquí cerca para que me lleves? Además, deberías venir tú también, que me da mala espina.

Mi hermana tenía nueve años más que yo, nueve kilos más que yo, como nueve millones más que yo pero no tenía coche y tampoco tenía ni una gota de optimismo.

- Tía, mira que eres pesada, ya sabes que últimamente está fastidiado del estómago, pero chica, tampoco va a ser para tanto, no seas pájaro de mal agüero, además ¿para que vamos a ir toda la familia en tropel?

Si mi familia se caracteriza por algo es que cada uno camina por la vida a su bola, pero ante los contratiempos son una piña, sobremanera mi hermana mayor.

Yo soy diferente, probablemente porque haya vivido mucho tiempo fuera de la jurisdicción del brazo de mi padre que, por cierto, era bien largo. Creía que lo de mi hermana era una reacción exagerada, pero todo lo que tengo de desaborida para reuniones familiares, del tipo que sean, lo tengo de persona fácil de convencer.

La recogimos en su oficina y nos fuimos al hospital. Para entonces el reloj de la vida de mi padre había empezado su cuenta atrás y mi corazón había empezado a mostrar una pequeña fisura.

Tardé en darme cuenta de lo que sucedía, estaba fastidiada porque mi hermana me había arruinado un precioso día de vacaciones, pero después de unas cuantas horas viendo pasear a todos mis hermanos arriba y abajo por la sala de espera descubrí que aquellas molestias estomacales de las que me habían hablado podían ser algo más. Nadie me dijo nada porque nadie sabía nada, pero ellos tenían más contacto con mis padres y algo temían.

Los médicos entraban y salían, pedían hablar una y otra vez con algún familiar y cada vez que eso sucedía la fisura que se había abierto en mi corazón se hacía más grande aunque yo no me estuviera dando cuenta de ello.

Finalmente la sospecha se convirtió en certeza. Mi padre se moría. Era cuestión de meses. Seis meses, nos dijeron, y seis meses vivió, ni uno más.

Ese día que, en principio, era un día cualquiera, fue el día que realmente se hizo un vacío en mi corazón, ese corazón que yo creía tocado por amores no correspondidos, por amigos perdidos o por cualquier otra contrariedad de la vida. Estaba equivocada. Ahora me doy cuenta de que todo eso se supera y que el mayor vacío que te queda en el corazón es el dolor de la pérdida de uno de tus padres.

(Albanta 37)

Día de sol

 

 

En la habitación todo es blanco.

La brisa de la mañana que entra por la ventana y mueve las cortinas me despierta y saludo al nuevo día con una sonrisa.

Hace un día maravilloso y quiero aprovecharlo.

Voy a hacer lo que hace tiempo que tengo ganas de hacer...

NADA

Mi perro, que siempre ha sido negro, hoy es blanco como todo lo demás y no está pesado para que le haga caso.

El gato sigue siendo gris, pero como siempre va a su bola me mira indiferente y prefiere seguir durmiendo.

Tengo un ataque de cariño, le cojo en brazos, le achucho y bailo con él durante el poco tiempo que me deja.

Toda la casa se ha vuelto blanca, de un blanco mediterráneo, ese blanco con el que te dan ganas de reír y pensar que no hay nada mejor que ser feliz.

Me ducho y cuando voy al armario veo que toda la ropa es de verano y de colores cálidos, donde, por descontado, abunda el blanco.

Me pongo lo primero que pillo y me voy a la calle.

La gente, a la que no tengo el gusto de conocer, me saluda alegremente.

Dirijo mis pasos hacia la playa, que ni siquiera sé que está, pero en este día de sol en el que me he levantado sin duda encontraré.

No tengo que caminar mucho y... voila, ahí esta. Menos mal que me dio por ponerme un bikini...

Me tumbo en la arena calentita y mientras suspiro el sol posa sus rayos sobre mí.

Cierro los ojos, escucho y siento.

Escucho las olas del mar.

Escucho alguna gaviota que, ojalá, no me deje caer nada encima.

Escucho el latido de mi corazón.

Y siento.

Siento el tacto de la arena bajo mi cuerpo.

Siento el aire mover mi pelo y correr por mi cuerpo.

 

Soy tan feliz que no necesito más.

El sol brilla, tengo el mar a mi lado y no hay nada de qué preocuparse.

Poco a poco me voy quedando dormida y sueño.

Sueño con un sitio donde siempre llueve,

donde hay un perro negro que siempre está llorando para que le haga caso.

donde hay un gato gris que pasa olímpicamente de mí.

Sueño que siempre estoy triste y sin esperanza de que mi estado de ánimo mejore.

Sueño con gente que siempre me llama, que siempre necesita que les ayude en algo.

Me parece todo tan feo que hago un esfuerzo por despertarme.

Ya despejada me digo:

"Menos mal que he conseguido volver de ese mundo real. En el de los sueños, sin duda, estoy mucho mejor".

La madre

Días y noches negros. Manos y ojos negros. Sonrisas vacías, oídos tapados.

Nada de esto puede ser real, no puede estar pasando.

La comitiva fúnebre se desliza entre la niebla gris.

La madre camina.

Mira pero no ve, oye, pero no escucha.

Llora pero no tiene lágrimas.

Ve pasar ante ella toda una vida.

Tan solo unos años, pero toda una vida.

Y ahora ¿A quién dar amor?

Y ahora a ella

¿Quién le regalará aquella paz, aquella tranquilidad que tanto bien le hacía?

Árboles verdes con brotes de hojas negras.

Día encapotado con espesas nubes amenazantes de lluvia.

Frío que cala hasta los huesos sin hacer mella alguna.

Pesan los ojos, pesan las manos, el alma… los recuerdos.

La madre se aferra a su rosario de plata, levanta los ojos al cielo y clama por el hijo robado.

Se revela con rabia contenida por ese dolor que ha sustituido a su felicidad.

Se siente vacía, sola y de repente vieja, con las manos arrugadas, el rostro morado por los surcos de la vejez prematura, de la pena, del dolor…

Los ojos, tan alegres de hace apenas dos días se han debilitado de repente, como la luz del día que está tocando a su fin.

¿Dónde están ahora aquellas risas que siempre se posaban sobre los platos, sobre las paredes, sobre los oídos de la madre?

¿Dónde están ahora las sucias pisadas de barro sobre la alfombra en los interminables días de lluvia en otoño?

¿Dónde está ese soplo de vida que rondaba la casa?

Ya no hay más besos en esas manos que ahora se han quedado con las palmas hacia arriba terriblemente vacías.

Ya no entra el sol por las ventanas.

El antiguo aire fresco se ha convertido en una espesa bruma de soledad.

Ya no es ligero el aire, pesa sobre los hombros como pesa la soledad.

Ya no se oyen pasos rápidos y ágiles.

Sólo queda el recuerdo y un arrastrar de pies lento y quejumbroso, como la madera que suena debajo de ellos.

Se sienta y una mano se posa en su hombro hundido para ofrecerle consuelo, pero no quiere estar con nadie, no quiere ver a nadie.

Deshecha la compañía, los sentidos pésames de todos.

Mira cómo poco a poco las farolas de su alrededor comienzan a encenderse.

La oscuridad se hace en torno a ella, se confunden en uno solo.

Un ave nocturna pasa a su lado emitiendo un extraño graznido y dándole la bienvenida a un recién estrenado mundo de sombras.

EL HIJO

El hijo, siempre tan fuerte, con ojos redondos y llenos de vida,

descansa ahora en el cementerio con los ojos vidriados, la sonrisa ajada y los sueños rotos,

desaparecidos como una hoja caída que se lleva el viento.

Le rondó la muerte, consiguió seducirle, y la implacable guadaña segó su corazón y heló la sangre de sus venas.

¿Treinta años de vida son suficientes para dar todo lo que hay que dar, para recibir todo lo que se puede recibir?

Había tantos proyectos sin acabar, tantas ilusiones y momentos por recordar….

LA MADRE

La madre camina cabizbaja por las calles, no oye, no ve, no siente nada.

Se dirige a su casa, a su reclusorio particular, se sienta en su mecedora con un retrato en el regazo y así pasan las horas, los días…

Ya no habla, ni llora, sólo esboza sonrisas desencajadas, y grita el nombre de su hijo.

Se agarra al retrato y suelta una verborrea incomprensible,

vuelve a reír y se queda de nuevo en silencio, ese silencio que ya ha hecho suyo, ya ha hecho de él su amigo más íntimo,

su amigo más fiel.

Es la única compañía que desea, el único sentimiento que la queda.

Los meses transcurren como si fuesen años, sus cabellos se vuelven grises y todo sigue igual que aquel día que regresó del cementerio.

Ya nada importa, lo único que quedaba ya no está. ¿Para qué vivir?

Mejor entregarse a la muerte, a la misma que se llevó a su hijo aunque no fuera su tiempo.

Mejor rendirse y esperar en su silla con su cuadro en el regazo a que la vengan a buscar;

después de todo ya todas las ventanas por las que entraba luz a su corazón se cerraron. Todas las luces se apagaron y todo es negro.

Negro como su mirada, como su, ahora habitual, forma de vestir, como el color del que ya se tornaron sus ojos.

Sigue sentada en su mecedora, vuelve a desencajar los ojos y la boca… vuelve a llamar a su hijo.

Ríe delirantemente y otra vez todo en calma… un minuto tras otro, una hora tras otra… así hasta que la muerte se apiade de ella y venga para llevarla con su hijo.

(23-07-99)

Prefiero soñar contigo

Suena el teléfono y mientas como una galleta descuelgo.

Eres tú. ES TU VOZ.

La galleta se me hace una pasta en la boca y me quedo mirando el trozo que me queda como si me diera cuenta de que me estoy comiendo una piedra.

Se charla de todo y de nada.

Yo bien, trabajando como siempre, tú en tu casa de alquiler a veces con alguien, a veces solo.

Cuanto habría dado porque esa situación en la que vives ahora hubiera sido hace 10 años.

Me acordé de tu cumpleaños, como no hacerlo? me acuerdo siempre. Me acordaré toda la vida pero decidí que era mejor no llamarte.

Había tirado tu número de teléfono, y aunque un día lo encontré apuntado en una

libreta, la escondí entre mis libros viejos para no verla.

No quería ver el número pero tampoco podía romperlo como el otro papel.

Sentí que sin ésos números perdía mi última esperanza.

Intento estar tranquila pero no puedo, no me sale.

Porqué cuando pienso en ti apareces?

No te das cuenta de que sueño contigo, sueño con verte, pero sólo es eso lo que puedo hacer, soñar?

Yo que siempre he creído que ya no era capaz de soñar,

que había perdido esa capacidad, pero ahora me doy cuenta de que no sé hacer otra cosa.

Te esperé durante años, todavía te espero.

No estoy con nadie, no quiero a nadie.

Te quiero a ti, no podré estar con nadie que no seas tú, pero ya tampoco puedo estar contigo.

Sigues siendo como siempre y ahora me doy cuenta de que no eres como yo creía.

Tu recuerdo me llega dulce quizá porque el paso del tiempo dulcifica el pasado.

Durante tu ausencia te idealicé.

Cambié sin darme cuenta recuerdos por sueños, te hice como yo quisiera que fueras y lo que antes me parecía digno de obviar ahora, con más años y madurez en la espalda, ya no me lo parece tanto.

No quiero verte.

Me basta con saber que te va bien, que te acuerdas de mí y que no me has olvidado.

Sé que me quieres, como no saberlo?

Yo también te quiero, pero te quiero como cuando tenía 20 años, no como te querría ahora.

Por eso déjame, no me pidas que nos veamos, prefiero seguir soñando contigo.

Prefiero seguir soñando con lo que hice de ti.

Camino a ninguna parte

Se sentía pesada como no se había sentido jamás. No es que estuviera gorda, al contrario, pero ella se sentía así. Le pesaban las piernas, le pesaban los brazos, los ojos, las manos. Le pesaba el corazón.
Se sentía presa de una vida que no consideraba suya, de una vida que no había pensado vivir. En definitiva, de una vida que no quería.
Aquella noche ya no pudo más. Quiso gritar y, al abrir la ventana para hacerlo, se dió cuenta que ya ni siquiera tenía voz para expresar lo que sentía. Había ocultado tanto y tan bien su tristeza que ahora que quería expresarla ya no podía.
Dejó la ventana abierta, dió media vuelta con la mirada fija en el suelo y salió de casa.
No miró atrás, ni siquiera le importó la ropa que llevaba. Sólo quería salir, huir, correr hacia cualquier lugar. No importaba dónde, solo quería salir de aquella casa.
Se subió al coche, lo puso en marcha a la vez que se miraba la frente en el retrovisor y se fijó en la arruga que tenía entre las cejas. Ahora parecía más profunda, ahora parecía que le llegaba hasta el cráneo.
Cambió la mirada al frente y empezó a conducir. No tenía prisa, no tenía dónde ir pero tampoco la importó. Con conducir le bastaba. Y condujo, condujo durante horas sin rumbo.
Mientras la carretera le marcaba el camino hacia ningún lugar y en el cd del coche escuchaba una y otra vez la canción de Fito que tanto le gustaba, por su cabeza pasaban miles de imágenes. Veía el pasado. Tantos amigos perdidos, olvidados o simplemente que no había vuelto a ver. Pensó en su antiguo trabajo, un trabajo duro, pero que a ella le gustaba, quizá porque no había hecho otra cosa en su vida. Pensó en todos las cosas que la quedaban por hacer, sitios que ver, palabras que decir, sueños que cumplir, y que ahora ya no se sentía con fuerzas para poder realizar.
Sentía que estaba muerta, se sentía pesada, vieja, cansada y con el corazón marchito y arrugado como una uva pasa.
Había parendido a vivir para los demás, en pensar sólamente en los demás, en hacer feliz a los demás. Sí, había aprendido todo eso, pero no había conseguido aprender cómo una se podía olividar de sí misma sin que le importara lo más minimo.
Se hacía vieja y sentía como se le escapaban las oprtunidades entre los dedos de las manos. Sabía que el tiempo no perdona y que si algún día decidía reaccionar y mandarlo todo al cajaro ya sería demasiado tarde, pero la apatía en la que vivía no la dejaba pensar, no la dejaba decir ¡Se acabó, ahora quién cuenta soy yo!. No podía, no se atrevía. Se había comprometido.

Dió hacia atrás el cd que llevaba puesto hasta la canción número dos, subió el volumen todo lo que sus oidos pudieron soportar y cantó a la vez que Fito:

Se torció el camino, tu ya sabes que no puedo volver.
Son cosas del destino, siempre me quiere morder.
El horizonte se confunde con un negro telón... y puede ser
¿como decir que se acabó la funcion?
Ha sido divertido, me equivocaría otra vez.
Quisiera haber querido lo que no he sabido querer.
¿Quieres bailar conmigo? puede que te pise los pies.
Soñaré solo proque me he quedado dormido.

No voy a despertarme porque salga el sol
ya sé llorar una vez por cada vez que río.
No sé restar tú mitad a mi corazón.

Puede ser que la respuesta no se pareguntarse ¿porque?
Perderse por los bares donde se bebe sin sed.
VIRGEN DE LA LOCURA NUNCA MÁS TE VOY A REZAR
QUE ME HE ENTERADO
DE LOS PECADOS QUE ME QUIERES QUITAR.

Será mas divertido cuando no me toque perder.
Sigo apostando al cinco y cada dos por tres sale seis.
Yo bailaría contigo pero es que estoy sordo de un pié.
Soñaré sólo porque me he quedado dormido.

No voy a despertarme porque salga el sol
Ya se llorar una vez por cada vez que río.
No sé restar, no sé restar, tu mitad a mi corazón.

De repente lo tuvo claro. Sí que sabía dónde quería ir, sí que sabía qué quería ver.
Se secó las lágrimas de los ojos, cambió de dirección y siguió el camino que ya se sabía de memoria.
Sabíá dónde ir, que ver y que hacer después.
Cuando llegó apenas quedaba gente en la calle, y sólo algunos jóvenes en la playa a oscuras.
Paró el coche justo frente al mar, se bajó y mientras esperaba se fumó un par de cigarros. Sabía que tarde o temprando vería lo que quería ver.
Apenas 20 minutos después vió las luces de un coche que pasaba despacio. Se quedó mirando y saludó con la mano.
Ya estaba. Había encontrado el camino, había visto lo que quería, ahora sólo le quedaba una cosa.
Subió al coche y arrancó, dió marcha atrás, cambió a primera y fué acelerando. Segunda... tercera... cuarta.

Por un momento voló como los pájaros y con una sonrisa en la boca pensó: "Al final siemrpe fuiste tú"
Cuando el coche entró en contacto con el agua cerró los ojos y quiso que su último pensamiento fuera para él.

Películas y cigarrillos

Nunca se ha fumado tanto ni tan bien como en el cine del siglo pasado, cuando fumar era signo de virilidad en los hombres y de independencia en las mujeres.

  Grandes fumadores hemos visto en la pantalla: Bogart con su cigarrillo sujeto entre el pulgar y el índice en "El halcón Maltés". James Dean con el suyo colgando entre los labios mientras clava los ojos en Elizabeth Taylor en "Gigante". Clint Eastwood con las mandíbulas apretadas aprisionando su cigarro mientras te apunta con su Magnum 44 y te mira con una de esas miradas que te hacen saltar del asiento no sabiendo bien si por cómo mira o por lo guapo que es.

La gran pantalla también nos ha dado si no grandes, sí buenas y elegantes fumadoras: Marlene Dietrich, con su traje de hombre y su dudosa heterosexualidad, fumando parsimoniosamente, resulta terriblemente femenina aún sin ella desearlo. Doris Day, que fumaba como hoy en día fuma cualquier ama de casa y la cándida Audrey Hepburn fumando con una boquilla tan larga como elegante en "Desayuno con Diamantes".

Si en el género masculino fumar lo hacía todo el mundo fuera de la clase social que fuera: ricos en sus ricas mansiones, pobres limpiabotas sin casi que comer, gánster, pescadores, ladrones de poca monta o de guante blanco u honrados padres de familia, en las mujeres no se daba el mismo caso. Nunca vimos a una hacendosa ama de casa con el cenicero humeante al lado de la cazuela de la sopa, ni tampoco vimos a pobres violeteras casi tísicas ofrecer su mercancía con un cigarrillo entre los labios. Las mujeres fumadoras del cine eran mujeres valientes, independientes y decididas, casi siempre bohemias o ricas con mucho dinero y poco que hacer, o de vida tortuosa, Femmes Fatales, o con algún secreto inconfesable por el cual vivían atormentadas.

A fumar casi todo el mundo también aprendió con el cine. Qué muchachita de quince años no se miró al espejo con un lápiz entre los dedos y pestañeando coquetuelamente le preguntó: "¿Me da fuego, caballero?" O qué jovenzuelo, imberbe todavía, no se recostó contra el armario con su lápiz-cigarro colgando entre los labios y amenazó al espejo: "Joe, esta ciudad no es lo suficientemente grande para los dos". Hasta en estos menesteres el cine ha sido una buena escuela.

Ahora ya no se puede fumar, ni en las películas ni casi en la vida real y, aunque por todos es sabido lo pernicioso que es, lo cierto que el mundo del celuloide ha perdido parte de su encanto. Se imaginan a esos actores antes mencionados sin sus respectivos cigarrillos? James Dean no parecería tan rebelde sin el suyo, ni la sonrisa de Bogart resultaría tan socarrona si no tuviera ese cigarro al que mirar mientras se ríe. Ni Clint sería lo mismo. No sería ni tan fuerte, ni tan sucio ni tan ejecutor, ni tan sexi....

¿Se imaginan a Rita Hayworth sin humo en esta foto? 

 

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No es lo mismo. No señor.

Mi primera paranoia

Cuando Lestat seleccionaba a sus víctimas no lo hacía al azar, pero aquella joven le sedujo nada más verla. Ella había llegado a él huyendo de la vida distendida y superficial propia de la nobleza.

Se encontraron una noche oscura en un callejón maloliente por dónde él vagaba y ella trataba de conocer más mundos que aquel del que provenía.

- ¿Qué buscas? -Preguntó Lestat.

- Puede que nada, puede que mucho. Sólo busco. –fue la escueta respuesta de ella.

- Si me dejas guiarte te mostraré no solo lo que buscas, también lo que encontraste en el pasado y lo que encontrarás en el futuro.

Tristes palabras que sonaron seductoras en los oídos de la joven.

- Acompáñame esta noche, me siento solo.

- ¿Solo? No eres el único –dijo ella- Vivo en un mundo donde todo es ruido, pero en mi interior no hay nada, solo silencio y soledad. Por eso vago por aquí. Quiero llenar ese vacío empapándome de otras gentes ¿Qué me ofreces?

- Todo. Te ofrezco la vida eterna, donde no hay prisa, donde el tiempo no pasa. Donde conocer a mucha gente puede convertirse en tu mayor necesidad. Eres hermosa.

- Si, lo soy, pero todo es pasajero, pronto mi mirada se marchitará, mi piel se llenará de surcos y mi memoria dejará de recordar. Cuando eso suceda nadie se detendrá a hablar conmigo como lo estás haciendo tú ahora. Tratarán de olvidarme, arrinconarme como un trasto viejo que ya no sirve. Contra el tiempo nadie puede, amigo. -Y en su cara asomó una sonrisa triste.

- Acompañame –Insistió Lestat.

Fue entonces cuando se miraron fijamente y ella se dio cuenta que lo seguiría. Siempre. Por toda la eternidad si fuera necesario.

Muy poca gente es la que lo sabe y menos son los que los han visto, pero hay quién asegura que todavía hoy se les puede ver juntos. Jóvenes, hermosos, con ese rostro de haber vivido mil vidas, pero con los ojos, antes llenos de vida, carentes de expresión y el corazón bombeando una sangre que no les pertenece. Vidas robadas para alimentar otras vidas cuyo tiempo ya pasó.