La fábula del pavo y el cerdo (y el jamón)

 

Aconteció que en una granja tenía un cerdo su pocilga muy cerca del corral de los pavos.  El animal vivía feliz y sin preocupaciones ya que, de vez en cuando, veía salir del almacén al amo con un jamón en la mano y no tenía ninguna duda de que eso que llevaba era una pata de cerdo, así que, conforme con su destino, (a la fuerza ahorcan) vivía sin más pretensión que comer y revolcarse en el barro. Triste destino el suyo, si, pero ya que su muerte era segura, al menos vivir lo más plácidamente posible.

El corral de los pavos era un jaleo constante. Animales presuntuosos ellos, se pasaban los días acicalándose las plumas y presumiendo unos con otros. Por desgracia para ellos, vivían muy cerca del puerco y no podían evitar que les llegara el olor de la pocilga.

El cerdo comía, dormía y se revolcaba feliz y ajeno a los pavos, y los pavos vivían presumiendo y menospreciando al cerdo:

- Tu, cerdo, ¿no te da vergüenza vivir así? Siempre sucio, siempre oliendo mal, siempre comiendo. ¡Un día vas a reventar!

El cerdo, siempre paciente, les contestaba que le daba lo mismo. Esa era su manera de vivir y que así seguiría.

-La vida es corta, compañeros, y no merece la pena preocuparse por nada más que no sea vivir lo mejor que uno pueda. Total, todos vamos a ir a la cazuela.

-¡A la cazuela! -decían los pavos- A la cazuela irás tú, cerdo vulgar. Nosotros, pavos como somos, y primos hermanos del pavo real, jamás terminaremos en una cazuela. Nosotros seremos pavos de exposición. Nos premiarán por nuestro plumaje brillante, por nuestros cuellos rojos y por nuestro gorgojear sin parangón. Y no nos llames compañeros. No lo somos. Jamás seremos compañeros de nada, no tenemos nada en común.

Dicho esto, y cosas similares, los pavos daban la espalda al cerdo y seguían cuchicheando entre ellos. No faltaba quién, muy a menudo, le lanzaba alguna que otra piedrecita a los ojos y cuando hacía puntería, todo el corral reía.

El cerdo seguía sin prestar demasiada atención a los ataques, tanto verbales como físicos, que sufría, pero los pavos no lo dejaban en paz. Un día sí y otro también insultaban y hacían mofa de su rosado vecino.

 

Llegó una mañana fría, de invierno, que le decían los humanos, y el amo entró en la pocilga y, agarrando con fuerza, se llevó al cerdo. Los pavos, como no, comenzaros a burlarse de él:

-Mira, cerdo, mira -le gritaban- Ya te vas a la cazuela. Ya estás gordo y hermoso para ser comido por los humanos. Nosotros seguiremos aquí, siempre bien alimentados y con las plumas brillantes, ¿Ves, cerdo ignorante? a la cazuela solo vas tú.

Mientras todos miraban marchar al amo con el puerco en brazos, no se percataron de que en su corral habría entrado el ama y prestamente se disponía a coger al más grande y gordo de ellos.

Pobre pavos. Se habían llevado al mejor, al más bonito, al más gordo, y al que más se había metido con el cerdo. Estaban desolados.

Nunca más volvieron a ver ni al cerdo ni a su compañero.

Tampoco llegaron a saber que aquella misma mañana el cerdo murió, como ellos le habían vaticinado, pero no murió solo. Murió viendo como a su vecino, el pavo, le daban matarile.

Aquella noche de Nochebuena los granjeros cenaron pavo. Pavo al que habían metido, ya sabemos por donde, asadurilla de cerdo y  jamón. Y, por una vez y como les dijo el cerdo, fueron compañeros. Compañeros de cazuela.

 

Moraleja: A veces puedes dar bien por el culo a quién se pasa la vida haciéndote la puñeta.

 

 

Baila